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miércoles, 22 de julio de 2020

Recuperando la palabra la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca

Título original: Recuperando la palabra la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca

Guión, realización y montaje: Mario Viveros Barragán, Rafa de Villa Magallón
Producción: Silvia Bolos, Marcos Estrada
Fotografía: Rafa de Villa Magallón, Mario Viveros Barragán
Sonido directo: Vinicio Colín
Mezcal sonora: M31 Medios
Investigación: Silvia Bolos, Marco Estrada Saavedra
Archivos audiovisuales: Canal6de Julio, Mal de Ojo TV, Ojo de Agua, TV Azteca. 
Archivos de documentales: Un poquito de tanta verdad (Jill Friedberg,
Mal de Ojo TV, 2006), Compromiso cumplido (Roberto Olivares,
Mal de Ojo TV, Ojo de Agua, 2006), La familia raíces (Manovuelta colectivo, 2009), Sigueme contando, sonidos de la lucha oaxaqueña (Cesol / Luzquemada, Yihn Law, 2006). Tezcatlipoca (Bruno Varela, 2008), La Rebelión de las oaxaqueñas (Tonatiuh Díaz, Ojo de Agua, Mal de Ojo Tv, 2007), La pesadilla azul (Mal de Ojo Tv Colectivo, 2006), Copala, zona de guerra (Contralínea, 2009).

Archivo fotográfico: Itandehui Franco Ortíz
País de producción: México
Año: 2014
Duración: 41 min.






En 2006, en medio de la crisis nacional que vivió el país, se constituyó la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), la cual ensayó, entre junio y noviembre de ese año, instituir en la capital de ese estado un "gobierno popular". RECUPERANDO LA PALABRA es una reflexión colectiva sobre los sucesos y consecuencias de esta movilización y protestas sociales.  

"Recuperando la palabra. 

La Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca"

 de Silvia Bolos Jacob y Marco Estrada Saavedra
por Rodrigo Daniel Arteaga Rojas.

  
Extracto de la reseña del libro del que es hermano y complementario este documental.

La protesta de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) tuvo la desventura de ocurrir durante la segunda mitad de 2006, año en el que se llevaron a cabo unas elecciones dramáticas y en el país había una gran polarización ideológica. Lo anterior representa poca fortuna porque las diferentes lecturas que en su momento se ocuparon del conflicto oaxaqueño quedaron, irremediablemente, cargadas de eso que Norbert Elias llamaba compromiso emocional, dejando poco lugar para las aproximaciones más distanciadas, más templadas.    

En el río revuelto que representó el año 2006 hablar de la APPO sirvió de agua para varios molinos electorales y periodísticos a nivel nacional, pero pocos advirtieron la autenticidad y la originalidad de ese laboratorio político y social que ocurrió en Oaxaca. De ahí que la publicación de Recuperando la palabra... llegue en buena hora para subsanar no sólo la escasez de estudios académicos sino para aportar una mirada sociológica e histórica, con el afán de hacer inteligibles las posiciones políticas y, sobre todo, subrayar la complejidad de este acontecimiento de gran calado para la vida de los oaxaqueños. En este sentido, el libro coordinado por Silvia Bolos Jacob y Marco Estrada Saavedra tiene, en su conjunto, una doble contribución. Por un lado, los primeros tres capítulos constituyen una primera monografía general, útil para contextualizar e intentar reconstruir la verità effectuale de la gestación y desarrollo de los hechos que tuvieron lugar de junio a noviembre de 2006 en Oaxaca.    



Efectivamente, no se puede entender la aparición de la APPO y la toma de la ciudad de Oaxaca sin regresar la vista, al menos, a dos gubernaturas atrás, y a las distintas trayectorias y configuraciones políticas en el estado. Por otro lado, el cuarto capítulo dedica un centenar de páginas a transcribir y anotar las intervenciones y el debate que tuvieron lugar en mayo de 2010 en el Colegio de México, con motivo de un coloquio entre miembros de la APPO, activistas e investigadores de distintas universidades. Posiblemente esta resulte la parte más interesante para el lector, ya que permite observar la polifonía propia de una asamblea de asambleas, urbana, multiclasista, es decir, la interacción, a veces discordante, de las diferentes motivaciones, prácticas, tradiciones de lucha y culturas políticas de las organizaciones populares, los organismos civiles, los maestros de la sección 22 y los colectivos de jóvenes. La ventaja es que el coloquio en sí mismo muestra los balances de los actores a cuatro años de distancia (justo a unos meses de tener lugar las elecciones que llevarían a la primera alternancia de 2010 en el estado) y en algunos casos tienen un nivel de autorreflexividad y autocrítica remarcables.    

Los coordinadores acertaron en complementar su descripción densa del movimiento, a partir del trabajo de archivo y de entrevistas, con un breve segundo capítulo que se ocupa del perfil sociológico y las trayectorias políticas de los actores que conformaron la APPO, así como de un breve documental y reproducciones de las pintas y arte urbano del movimiento. Esto resulta útil al momento de intentar entender desde dentro las experiencias y los discursos que confluyeron en el coloquio, que por lo demás, ya entrados en la lectura, resulta interesante incluso lingüísticamente; es decir, después de un rato, la manera de hablar, las posiciones ideológicas, los registros, los conceptos, el léxico y la forma de darse a explicar de cada ponente se vuelven reconocibles, diferenciables, sin tener que regresar cada vez a la página de perfiles de cada interlocutor.    



Esta reflexión colectiva recuperada es reveladora en más de un sentido. La obra de Bolos y Estrada va más allá de un simple estudio de la acción colectiva y los movimientos sociales a escala local. De hecho, las lecciones que surgen de este afortunado intercambio de experiencias y perspectivas arrojan luz sobre aristas del sistema político mexicano, a mi modo de ver, eclipsadas por la atención, casi exclusiva, que la transitología de la democracia ha puesto al diseño electoral-institucional. Lo que se percibe al leer Recuperando la palabra. es eso que todavía no acabamos de comprender y que se encuentra en la base del riesgo del desencanto democrático: el funcionamiento de las nuevas reglas del juego democrático necesita de fuentes de legitimación extrasistémicas y está enmarcado en densas redes sociales de intermediación política con actores que cambian y que tienen distintas socializaciones y culturas políticas.    

Si algo pone de manifiesto la crisis generalizada y la toma de la ciudad de Oaxaca es la importancia del oficio político de intermediación, la necesidad de esa vocación de "apagafuegos", de "bomberos del Estado", como la llama un appista. Y, al mismo tiempo, no podemos dejar de preguntarnos cómo es que un gobernante sin oficio pudo mantenerse en la gubernatura hasta el final. Resulta difícil, por ejemplo, pensar en algo que destruya más la confianza en la negociación que las emboscadas disfrazadas de mesas de diálogo mediante las cuales el gobierno estatal encarceló a dirigentes del magisterio y del movimiento popular. 

El factor Ulises Ruiz constituye una lección de cómo degradar la estabilidad precaria del orden político oaxaqueño y plantea la pregunta sobre los escenarios y mecanismos de que dispone el sistema político y el federalismo mexicano, en particular, para deshacerse y evitar un caso, a todas luces, de mal gobierno. A diferencia de los participantes en el coloquio, ahora sabemos que el PRI perdió la gubernatura en 2010, pero ese proceso requiere una explicación y el libro propone perspectivas interesantes para comenzar a articularla. Es cierto que la APPO sorprendió por la creatividad de su repertorio de protesta (barricadas, transmisiones de radio, pintas, arte urbano, uso de internet) y por movilizar a una parte de la población no militante, por hacer que "jalaran los que nunca jalan". Sin embargo, esto fue posible gracias a que la APPO fue más allá de la antigua relación entre los dirigentes profesionales y las bases movilizadas. 



Así, se percibe que la Asamblea adoptó la inclusión como uno de sus valores rectores y que ocurrieron lo que Estrada caracteriza como "rupturas del orden de dominación oaxaqueño" derivadas, claro, de la participación en política y la reivindicación de los derechos, pero también de un proceso de redefinición de las relaciones de dominación entre los jóvenes y los adultos, hombres y mujeres, indígenas y mestizos, etcétera.    A lo largo del libro se presentan varias muestras de ese fenómeno de transición que Roger Bartra ha ilustrado de manera creativa: en México después de la alternancia del 2000, la dimensión cultural de las prácticas sociales no acaba de morir autoritaria y no acaba de nacer democrática. 

Resulta ilustrativo notar, por ejemplo, ese carácter ambivalente en la curva del aprendizaje de las organizaciones populares para tratar de incorporar, a veces con dificultad, la diversidad de los sectores no militantes y la expertise de las ONG. El mismo carácter democrático de los maestros de la sección 22 es ambivalente, aun cuando no se puede negar su papel decisivo en la cristalización de la protesta que encarnó la APPO. En Oaxaca hubo una escuela de ciudadanía e incluso un precedente de autogestión y, al mismo tiempo, no dejan de sorprender las continuidades autoritarias: la demostración del uso de la fuerza, los métodos de presión de masas, el marcado presidencialismo en las expectativas de solución a las demandas, la idea de traición ligada a la idea de oposición, a las cuales la propia ciudadanía contestaría con el paso de la democracia directa a la democracia representativa, de la calle al voto.
(Leer reseña completa aquí)


jueves, 9 de julio de 2020

El Archivo

Título original: El Archivo
Dirección: Anaïs Taracena, Rafael González
Fotografía: Anaïs Taracena, Rafael González
Sonido directo: Anaïs Taracena, Rafael González, Deleón Francisco
Montaje: Carlos Valle, Anaïs Taracena, 
Producción:   
Material de archivo: Procuraduría de los Derechos Humanos, Archivo Histórico de la Policía Nacional AHPN.
País de producción: Guatemala
Año: 2017
Duración:  30 min.













El Archivo Histórico de la Policía Nacional de Guatemala es el acervo más grande perteneciente a un institución policiaca que pueda ser consultado libremente en el continente americano. 



Durante años estos archivos permanecieron ocultos en un edificio abandonado en las instalaciones de la Policía Nacional. Desde su descubrimiento en el año 2005, se rescataron la totalidad de los archivos encontrados y más de 20 millones de documentos han sido digitalizados

Este documental retrata la labor de archivística de este acervo donde los papeles cobran una labor de memoria histórica y de búsqueda de la verdad y la justicia en un país marcado por una guerra civil.


 Testigos de papel en el AHPN de Guatemala

En julio de 2005, ocho kilómetros de papeles viejos fueron encontrados, entre ratas y cubiertos de excrementos de murciélagos, en las ruinas de una construcción abandonada. Eran los restos mortales de una de las máquinas de represión en los 70 y 80 en Guatemala. Después de un intenso y discreto trabajo de archivística, de digitalización y, sobre todo, de interpretación, el Archivo Histórico de la Policía empieza a hablar. Aporta una voz potente a los procesos judiciales y a la reescritura de la sangrienta historia reciente del país centroamericano. 

Los documentos hablan 

Cuarenta y cinco mil personas que podrían contar esta historia no lo harán nunca: desaparecieron, están desaparecidos, son desaparecidos. Son parte de los 300.000 asesinados por el conflicto y la represión que asolaron Guatemala durante más de tres décadas. Sin embargo ya “testifican” 80 millones de hojas de papel que brindan su testimonio con modestia, pero con contundencia. De estos datos ya han surgido cuatro libros y al menos ocho procesos judiciales llevados por crímenes contra la humanidad. Estos legajos son tratados con los más modernos métodos de análisis por un grupo de técnicos, académicos y activistas de derechos humanos. Su trabajo es ayudar a los documentos a contar las historias que la misma historia ha intentado olvidar. Todos los funcionarios entrevistados que trabajan en el archivo, sin excepción, hablan de éste como la misión de sus vidas. “Mi record personal sugiere que yo soy el hombre menos indicado para ser el director de un archivo policial, pero fue lo que me tocó”, bromea el coordinador del AHPN, Gustavo Meoño, un ex-militante guerrillero que dirigió la fundación Rigoberta Menchú y que pasó a liderar el proceso de reorganización del archivo policial más grande de América Latina.  



El milagro 

Meoño considera un milagro que el archivo exista, pero le da una explicación más terrenal. La Policía Nacional, disuelta después de la firma de la paz en 1996, requería de una organización bien controlada para cumplir sus objetivos. “Una burocracia, por necesidad, conserva sus registros porque son útiles para su funcionamiento”, dice Meoño, y hace una analogía de los registros detallados de los movimientos de trenes que cargaban a los detenidos.

Se hizo limpieza, quedan las telarañas 

El archivo del que se habla en los más importantes foros de archivística del mundo, ese que ha llevado al banquillo a algunos de los personajes más buscados de la historia reciente de Guatemala, está escondido entre callejones de un barrio obrero de la zona 6 de la capital de Guatemala, lo rodea la escuela de la recién fundada Policía Nacional Civil y un predio que apila cientos de carcasas de coches viejos. Está en un terreno del Ministerio de la Defensa, un predio del Ministerio de Gobernación, y en la jurisdicción archivística del Ministerio de Cultura. Es un cuerpo funcional financiado y equipado por donaciones de instituciones de más de diez países. El Estado de Guatemala no tiene un presupuesto para su mantenimiento. La cooperación internacional permite que haya un buscador de datos básicos en el sitio de la Universidad de Texas, y un respaldo completo resguardado en Suiza que se actualiza regularmente conforme los técnicos y profesionales avanzan en la limpieza y digitalización de miles y miles de folios. En paralelo el estadístico Patrick Ball, de Human Rights Data Analysis Group y perito en el juicio por genocidio contra el ex-dictador José Efraín Ríos Montt y el ex-jefe de inteligéncia José Mauricio Rodríguez Sánchez, coordina un trabajo de estimativa del tamaño y contenido de las colecciones del archivo a través de muestras de los documentos.  



El descubrimiento casual 

En 2005, los vecinos de la zona 6 presentaron una denuncia ante la Procuraduría de Derechos Humanos (PDH), pues temían que el depósito de armas y explosivos, guardados de manera precaria en lo que parecía un terreno abandonado, pusiera sus vidas en riesgo. El predio, acorralado entre chatarra y lleno de laberintos sombríos en sus entrañas, había sido la construcción fallida de un hospital policial, la sede del Cuerpo Dos de la policía y el sitio del que se rumoraba haber sido centro de detenciones y torturas entre los años 70 y 80. Un historiador acompañaba a la comisión que verificaba la retirada del armamento. Curioso, vio por una ventana montañas de papeles; le intrigaron los candados en las puertas. Así, entre escombros, tierra y moho, apareció el archivo cuya existencia se venía negando desde que la Comisión de Esclarecimiento Histórico solicitara los documentos de la Policía Nacional. Fiscales, defensores de derechos humanos y familiares de desaparecidos se apostaron ante las puertas de aquel hallazgo. Permanecieron en vela hasta que los sucios papeles tuvieran resguardo para responder a cientos, miles de preguntas, acumuladas en 36 años de guerra. Hace cinco años, Meoño decía a los periodistas que serían sus hijos o quizás sus nietos quienes concluyeran su tarea. El coordinador ahora calcula unos diez años y la tecnología va avanzando. Los procesos judiciales apenas empiezan, la reconstrucción histórica y los procesos de reconciliación después de 17 años de la firma de la Paz son embrionarios, y el Archivo Histórico se ha constituido en un engranaje que gira tímida y silenciosamente para ayudarlos a avanzar.  


El rompecabezas de los recuerdos 

Encontrar las respuestas entre 8 km lineales de folios parecía imposible. Fue solicitado el apoyo de la archivista Trudy Peterson, que ya había dirigido los trabajos en el archivo de Kremlin, en Rusia. Peterson estaba a punto de jubilarse, pero cuando vio aquello, decidió aplazar el retiro y poner orden al que es quizás el trabajo más grande de su vida. La primera instrucción de Peterson a los activistas que ahora iniciaban su carrera de archivistas fue que había que poner orden. Necesitaban meterse en la cabeza del que creó y ordenó los datos. Organizar los documentos requirió entender la estructura, la jerarquía, las diversas instituciones que iban cambiando de nombre al largo de más de un siglo de burocracia. Así como los antropólogos de la Fundación de Antropología Forense (FAFG) buscan el pasado soterrado y recomponen los huesos de las víctimas, así también se ordenan los restos del que fue un cuerpo represivo que actuó de la mano del ejército. Era preciso identificar los órganos vitales, hacer un estudio de la anatomía institucional.


Fuentes de información: Artículo por Alejandra Gutiérrez Valdizán y Marcelo SoaresArtículo realizado en el taller “Periodismo sensible a los conflictos”, organizado por la DW Akademie en cooperación con el Archivo Histórico de la Policía Nacional. Editor: Roberto Herrscher. Guatemala, noviembre de 2013.,