Guión: Carola FuentesMontaje: Rafael Valdeavellano
Fotografía: Pablo Valdés, Sebastián Caro
Música: Gabriel E. Pulido
Sonido: Francisco Escobar
Producción Ejecutiva: Carola Fuentes, Rafael Valdeavellano
Producción General: Herta Mladinic
Productora: La Ventana Cine
País de producción: Chile
Año: 2015
Duración: 96 min.
En plena Guerra Fría la Universidad de Chicago becó a un grupo de
estudiantes chilenos para ir a estudiar economía bajo las enseñanzas de
Milton Friedman. 20 años después, en plena dictadura, cambiaron el
destino de Chile y lo convirtieron en el bastión del neoliberalismo en
el mundo. Ésta es la historia de los Chicago Boys contada por ellos
mismos: ¿qué estuvieron dispuestos a hacer con tal de lograr sus
objetivos? ¿Cómo nació el modelo que hoy está en jaque? ¿Cómo explican
los resultados en el largo plazo?
Chicago boys
Entre caricatura del horror y conocimiento del presente *1
Chicago Boys es un documental del 2015 que
explora las idiosincrasias de algunos de los más destacados economistas
educados bajo los postulados e ideologías de Milton Friedman y Arnold
Harberger, en la Universidad de Chicago en Estados Unidos durante la
década de 1950. Explora también, los quince años que algunos de estos
economistas tuvieron para implementar el sistema económico neoliberal en
Chile durante la dictadura. Dirigido por Carola Fuentes, reconocida
periodista televisiva chilena, y Rafael Valdeavellano, productor
televisivo de larga trayectoria. Juntos desarrollan la investigación y
el guión. Valdeavellano además es productor y montajista.
Por sus carreras y expertis, este es un documental de un marcado
corte periodístico-televisivo, lo que se deja ver en elementos tanto de
contenido como de forma. Explico a lo que me refiero.
En relación a sus características formales, éstas adhieren a un
modelo televisivo en el cual los recursos audiovisuales son vehículos
para la transmisión de información, despojándolos del rol expresivo
propio del cine de autor y por ende separándolo de la tendencia autoral
que se suele observar en el documental chileno. Aun así, la apropiada
investigación acierta al utilizar excelentes imágenes de archivos
personales de los chicos de Chicago durante su estadía en EEUU.
Las imágenes – registros de 8 milímetros y fotografías- de los paseos y
fiestas en la estadía en Chicago son quizás las imágenes más
reveladoras de personalidades. Sumadas a estas imágenes están las
totalmente impresionantes reuniones de los Chicago boys (a veces con el
ex general Merino) una vez retornada la democracia, en donde evaluaban,
con éxito y orgullo, su desempeño y afirman que si no fuera por la
dictadura no podrían haber implementado el ladrillo. Pero me pregunto,
¿es necesario mostrar previo a cada una de estas intervenciones la
ventana iluminada desde afuera? ¿es necesario mostrar imágenes de
archivo que apelan a la estructura de una iglesia dentro de la
Universidad de Chicago mientras se describe la “creencia casi religiosa
en el mercado”? ¿Qué es lo que los directores piensan sobre el público
que apelan a lo obvio de esta manera?
Paralelo a esto, podemos ver un estilo televisivo en cómo se
presentan los entrevistados. Efectivamente este documental visibiliza
personalidades que ya han menguado sus apariciones en la vida pública
del país desde su pasado como ministros durante la dictadura. Les da la
oportunidad además, de expresar sus opiniones del pasado y del presente,
aunque pocos se abren o revelan reflexiones de envergadura. No
alcanzamos a entender qué es lo que motiva y motivaba a estos personajes
sino sólo escuchamos clichés como que “la política envenena” y que
ellos no eran militantes de ningún partido. No aprendemos de sus
biografías, de sus orígenes. No logramos entrar a detalles, develar
esencias de las personalidades, entender por qué creen en un libre
mercado tan extremo que Alessandri los tildó de locos cuando presentaron
la primera versión del ladrillo. No tenemos contexto. Si bien se logra
describir un par de veces qué es lo que algunos encontraban malo en
Chile, como la escasez de confort, pollo, cigarros, ropa linda o la
ciudad chata de rucas, se permite a través del montaje caer en la
caricatura grotesca del entrevistado, particularmente uno que repite en
varios momentos “país de mierda”. Al no haber un trabajo de contexto ni
revelarse el lado humano, los juicios que hay sobre los idearios del
sistema económico contemporáneo chileno se mantienen, no se desafían ni
prueban. Las caricaturas de los economistas más extremos, finalmente
salen victoriosas.
Asociado a esto está la utilización de los drones. Las primeras veces nos ayudan a contextualizar, nos impresionan. Muestra el Chile neoliberal de rascacielos de vidrio y sus reflejos. Da magnitud a las marchas. Engrandece al cristo sobre casa central de la Universidad Católica y luego, se toman la película por asalto. Finalmente, desde la altura muestra un Chile económicamente exitoso, de rascacielos y parques. No muestra el Santiago de las consecuencias de la economía aplicada, como poblaciones o congestiones llenas de consumismo en los malls. De hecho, las poblaciones y las ollas comunes aparecen sólo en imagen de archivo al explicar que las consecuencias de implementar un régimen económico tan duro se los lleva la colectividad, pero desaparecen en el presente. Lo visual es el vehículo para comunicar, no un aliado en lo expresivo.
De este modo, la cinematografía, el montaje y cómo se trabajan las
entrevistas nos dan y nos quitan al mismo tiempo. Nos presentan una
realidad guardada por el manto tradicional en donde no ponemos en duda
las herencias de la dictadura, visibiliza ideas y personajes. Pero no lo
lleva más allá. Hay cierto simplismo y poca profundidad en algunos
pasajes, sobre todo hacia el final, en donde se llega a conclusiones de
lugar común. Como cuando le preguntan a los ministros de Pinochet si
sabían sobre las violaciones a los derechos humanos cuando la película
lleva ya una hora, y todos responden que no sabían. O al explicar por
qué deseaban cambiar la economía de Chile, incluso antes de la llegada
del socialismo de Allende, o quién pensaba que iba a aplicar la última
versión del ladrillo y ellos responden que era un mero ejercicio
académico y que no sabían nada del golpe. Al mismo tiempo se dejan sin
mayor exploración momentos de gran fuerza histórica y potencialmente
documental. Por ejemplo, en esas fiestas de los chilenos estudiando en
Chicago vemos que se creó una verdadera conexión; una camaradería o como
ellos la describen constantemente, una mafia. ¿Cómo eran? ¿cómo se
organizaban? ¿quiénes iban? Nos dicen que aunque pensaban distinto, no
hablaban de política. Pero, ¿qué pasó cuando lo hablaban entre copas,
cuando estudiaban, cuando se organizaban? Asociado a esto, ¿cuál era el
pensamiento económico de la eventual esposa de Arnold Harberger? Ella
fue una evidente aglutinadora de los chicos de Chicago y en su vida
pareciera haber otro documental completo. O incluso, cuál fue el rol de
la Cofradía Náutica del Pacífico Austral que se nombra al pasar. Fuera
de parecer que el encargo del nuevo plan económico provino de ahí,
¿hablaban de política, economía y el Golpe?
Finalmente, de capítulo en capítulo dentro del documental, las reflexiones en voz en off
también son un poco reminiscentes de reportajes televisivos
periodísticos, en donde a ratos pareciera que me dicen que pensar y cómo
interpretar lo que estoy viendo. Como guía de esta historia que hasta
ahora había tenido poca visibilidad pero un alto impacto, la voz en off
nos lleva a lugares que a ratos se sienten forzados. No es una voz que
nos ayuda a entender las personalidades y mundos de los chicos de
Chicago. Ésta no explica el modelo, no describe alternativas, no habla
de economía pero tampoco de las biografías.
Pese a estos comentarios, que son más bien opiniones personales sobre
potencialidades desperdiciadas en el trayecto que vivió la obra desde
la investigación hasta la pantalla de cine -en vez de a la de televisión
(no olvidemos que la película ganó el premio a “mejor dirección” en SANFIC)-
esta cinta nos presenta dos momentos de crisis en Chile. La de la
escritura e implementación del ladrillo y sus altibajos (¡que ganas de
haber visto más sobre la crisis del 82 y cómo reaccionaron los Chicago
boys! o incluso sumar algunos números para generar ese contexto, ahora
claro, quizás acá también se asumió que el público no podría seguir los
números y la actual crisis de confianza en la política y en la economía.
En relación a este último punto, el documental mide la crisis actual,
así como también lo hacen otros documentales contemporáneos como El vals de los inútiles (Edison Cájas, 2013), Crónica de un comité (José Luis Sepúlveda y Carolna Adriazola, 2014) y Propaganda (Christopher Murray, 2014). De
hecho, es la crisis contemporánea la que inspira la investigación y
creación del documental. En esta visibilización de crisis a dos tiempos
es donde radica el gran acierto de este documental. Abre a fuerza la
necesidad de debate, de no olvidar, y comprender.
Este debate se dejó caer con fuerza en el acontecer nacional, con
múltiples reportajes e incuso los talleres de verano ‘anti-Chicago’ de
la Facultad de Economía de la Universidad de Chile. Así se prueba que da
lo mismo el abuso de la ventana iluminada, o lo obvio de las voz en off
sobre las imágenes de archivo que ilustran, o el dron filmando el éxito
en vez del fracaso del sistema. Incluso da lo mismo que se mantengan
las caricaturas de los personajes en su aparente desconocimiento de lo
que creaban y a qué costo se tuvo el poder para implementar su sistema, o
aún más entender lo que realmente implica el nivel de neoliberalismo
local. Es más, quizás por estas estrategias que el documental logró
generar este debate tan necesario.
Fuentes de información: *1 Reseña por Claudia Bossay publicada en LaFuga.cl, Miradoc.cl, Inkapelis (Ver y descargar), IMDB.
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