martes, 12 de agosto de 2008

The Take


Título original: La toma
Dirección: Avi Lewis
Guión: Naomi Klein
Distribución: First Run Features / Icarus Films
País de producción: Canadá
Año: 2004
Duración: 87 min.















 
Durante la crisis argentina (el argentinazo) un grupo de desempleados de una planta de fabricación de piezas de autos entran a la fábrica inactiva y deciden ponerla a producir por su propia cuenta, este hecho en un suburbio de Buenos Aires pone en discusión la política de la globalización neoliberal. La planta se cerró por consecuencia, según argumenta el documental, de las políticas económicas del gobierno de Carlos Menem bajo la rectoría del Fondo Monetario Internacional.

Mientras que protegida por la declaración de bancarrota la compañía comienza a vender propiedad e inventario para pagar los acreedores - un hecho que en el futuro redujo en gran parte el potencial de volver a la producción. En un esfuerzo de establecer su propio control, los trabajadores ocuparon la fábrica y comenzaron una larga batalla para ganar el derecho de hacerla funcionar ellos mismos, como cooperativa.

Este movimiento colectivo ha ganado fuerza en la Argentina, comenzando con una fábrica de ropa varios años antes. Los trabajadores de fábrica vadearon a través de la corte y del sistema legislativo con ayuda de la experiencia de estos otros grupos que anteriormente habían luchado la misma batalla, y en última instancia asegurado su derecho de hacer funcionar la planta.

Extracto entrevista Diagonal:

‘The take’ (La toma) : un documental de los canadienses Avi Lewis y Naomi Klein, que viajaron a Argentina en busca de alternativas.

Y las encontraron en un barrio de Buenos Aires, donde gente humilde retomó sus vidas, haciéndose cargo de La Forja, la fábrica en la que trabajaban, tras el abandono del patrón. Avi Lewis trabajó durante años en la televisión pública canadiense, pero para hablar de lo que sucedía en Argentina decidió tomar la cámara, la mejor herramienta para “mostrar cómo sucede el cambio social en la vida diaria”. Así construyó un documental sincero y personal en el que se muestran dos formas de hacer política : la de las altas esferas y la pugna electoral entre Menem y Kirchner, frente a la de los trabajadores que autogestionan La Forja.

DIAGONAL : ¿Cuál fue tu primer contacto con la crisis argentina ?

AVI LEWIS : Queríamos hacer una película sobre democracia participativa y alternativas y acabamos en el Foro Social de Porto Alegre de 2002. Sólo hacía unas semanas del 19 y 20 de diciembre de 2001 en Argentina, así que fuimos a ver qué pasaba en Buenos Aires. Cuando llegamos el país estaba en llamas, con la primera rebelión nacional contra el neoliberalismo, en la que todo el mundo señalaba al modelo económico como origen de sus problemas.

D. : ¿Cómo fue el rodaje ?

A.L. : La relación con los trabajadores fue muy interesante. El primer día que estuvimos en la fábrica de La Forja, hicimos entrevistas a trabajadores... y fue horrible, estaban rígidos, nerviosos, no estaban acostumbrados a que les entrevistasen. No entendían qué hacíamos ahí, “¿qué os importa a vosotros, canadienses, lo que pase en una pequeña fábrica en nuestro barrio ?”, y nosotros les decíamos : “¿No os dais cuenta ? Sois la punta de lanza de un nuevo tipo de activismo, estáis poniendo en práctica alternativas reales, la democracia directa, ¡es increíble !” [risas]. Y al cabo del tiempo nos decían : “pues sí, es verdad, estamos haciendo algo que le va a importar a la gente alrededor del mundo”. Fue un intercambio muy enriquecedor.

D. : The take no sólo trata sobre la toma de una fábrica...

A.L. : Trata de reclamar la dignidad. Los trabajadores reclaman democracia, su trabajo, y empiezan a reclamar su orgullo, sus familias... en definitiva, se reclaman a sí mismos. Esto ocurre porque hacen algo muy concreto, muy práctico. En Argentina vemos cómo las ideologías tratan de alcanzar la acción. Entrevistamos a una montonera que nos dijo algo muy provocador : “En los ‘60 pensábamos que el cambio tenía que venir de la cabeza a los pies, que habría una vanguardia, intelectuales de clase media que irían y dirían a los trabajadores cómo tomar los medios de producción. Ahora el cambio ocurre de los pies a la cabeza, y los intelectuales corren detrás de los trabajadores, de la acción, intentando construir un marco ideológico que explique lo que ocurre”. Y eso es bueno. Puede ser una debilidad no tener una ideología, o un análisis político de lo que estás haciendo, y te das cuenta de que las luchas que sobreviven son las que tienen más conciencia, y aquellas en las que la gente se deja llevar, no tienen esa llama que las mantiene vivas. Pero es un desafío, porque a veces demasiado análisis lleva a la parálisis. Y creo que una de las cosas más bonitas del movimiento en Argentina es que no se paraliza. Toman decisiones pragmáticas y todo se mezcla. Y es un espacio muy interesante, porque no es puro.

D. : Así, lo que pasa en fábricas como Zanón o Bruckman no trata sólo de gestionar una fábrica, sino que es una nueva forma de hacer política.

A.L. : Lo que me parece nuevo es que casi todo el mundo cree por encima de todo en la democracia, y que hay espacios en los que la gente debate y discute, que están abiertos, porque pueden cambiar de opinión, algo que no te permite una ideología previa. En Zanón siempre tuvieron claro que todo el mundo tenía que cobrar lo mismo. Pero hace seis meses decidieron pagar algo más a los cabeza de familia. Así que ahí tienes a Zanón, una de las fábricas más grandes, radicales y mejor organizadas, que cambia de opinión. Ésa es una posibilidad que sólo existe en un espacio democrático, porque nadie dice : vamos a ver en el decálogo ideológico a ver si se nos permite hacer esto.

D. : ¿Qué sucede una vez que las fábricas quedan en manos de los obreros ? ¿Consiguen sobrevivir en el mercado?

A.L. : El mayor problema que tienen es que no les dan créditos, ni el Estado, ni los bancos, aunque las leyes de expropiación les dan derecho a gestionar las fábricas. Se las tienen que ingeniar para ponerlas en marcha. Pero si hablamos de la viabilidad de sus negocios, lo son porque después de la devaluación del peso, la demanda de productos domésticos estaba ahí, hay un mercado para cualquier cosa que se produzca en el mercado interior, y eso ha ayudado mucho a las fábricas.

D. : También dices que el movimiento de fábricas recuperadas desafía al capitalismo : ¿en qué sentido ?

A.L. : No, no es un movimiento anticapitalista. Desde luego que son personas que se consideran anticapitalistas, pero el movimiento funciona dentro del capitalismo, en la economía de mercado, así que no, no es anticapitalista en su identidad.

D. : Quizás es una forma de supervivencia...

A.L. : Desde luego que surge de la necesidad y de cierto pragmatismo, pero no es sólo una táctica de supervivencia, porque desafían alguno de los conceptos sagrados del capitalismo, como el de propiedad privada. Además, hacen un argumento legal por el cual afirman : “Hemos pagado esta fábrica, una y otra vez”. La primera vez, cuando Cavallo nacionalizó la deuda privada en 1983, y luego, cuando él nacionalizó la deuda de las multinacionales en 1991, antes de las privatizaciones. De nuevo, cuando pagamos esas tarifas absurdamente infladas de Telefónica, Repsol, para que ellas pudiesen incrementar sus beneficios mientras nosotros nos empobrecíamos. Y volvimos a pagar cuando Menem y otros políticos dieron millones de nuestro dinero a sus amigos los dueños de empresas, que los guardaron en España o Suiza, o Punta del Este. Ya hemos pagado por esta fábrica una y otra vez. Y en los tribunales, los jueces están reconociendo la validez de esta idea, y el derecho a gestionar estos recursos. Así que pienso que está en algún lugar entre medias.

D. : Sin embargo, hay proyectos de empresas sociales que ven los límites de su experiencia cuando ven que para poder sobrevivir en el mercado tienen que autoexplotarse.

A.L. : Los trabajadores del movimiento hacen muchos sacrificios para poder trabajar así. Pero, para ellos, la alternativa es... nada. Autoexplotación o nada. Nosotros, ciudadanos de clase media privilegiados, podemos escoger trabajar en una cooperativa en vez de tener un jefe. Pero escogemos desde una posición de relativo privilegio. Aun así, pienso que no es suficiente ; es un paso importante, pero hay que unirlo a un análisis más amplio. Además, trabajar en un entorno democrático es un proceso en el que intentas despedir al jefe interior, un intento de erradicar las jerarquías que existen en el capitalismo de consumo. Y eso es una lucha revolucionaria : aunque tenga lugar en el capitalismo de consumo, aunque suponga que nos autoexplotemos, hay algo muy revolucionario en el hecho de desafiar las jerarquías que hemos interiorizado, y en tratar de no someternos al deseo de tener un jefe al que odiar, y que nos diga qué hacer.

Fuentes de información: Wikipedia, Diagonal.




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